Por Fabrizio Zotta
I.
Gregor Samsa despertó en Argentina después de haber sido cucaracha, y respiró un poco aliviado. Se miró, y allí estaba, en su cama, con dos piernas, perfectamente simétrico en sus miembros de persona normal. Volvió a respirar aliviado. Había abandonado su destino de personaje de ficción, y seguro le iría mucho mejor en un mundo menos kafkiano, ahora que ya no se ven “los K” con tanta incidencia.
Samsa lee ahora los diarios, y mira televisión, desde la misma cama donde fue cucaracha. Ve a Paenza hablando del estado de la ciencia con el nuevo gobierno; y ve a quienes enfatizan que puede hacerlo desde la TV pública, como hablando de otra cosa. Ve a ex funcionarios caminar como hormiguitas por los tribunales donde fuera muerto Mr. K, y ve también a quienes gritan que los de ahora también irán -en algún momento- empezando por el Presidente, como hablando de otra cosa. Ve al que tiene propiedades, está preso y hace temblar a sus amigos, y también al que se desgañita al indignarse porque la justicia actúa ahora, y no actuaba antes, dado que es tan corrupta como el tipo al que investiga. También como hablando de otra cosa. Ve a la provincia de paro, y reniega de los gremios; ve a los acusadores de siempre, y a los contraacusadores de siempre; lee a Verbitsky y también a quien le escupe en la cara sus vínculos con la fuerza aérea, o preguntándole si mataba gente cuando era montonero (porque pueden convivir en él las dos cosas); escucha a la mañana sobre la inflación, la inseguridad, la pobreza y el narcotráfico, a la tarde quiere llorar por el futuro, pero por la noche le cuentan que la una es provisoria, la otra es sensación, la tercera es un porcentaje menor, y el último puede haber crecido, pero está muy por debajo de la media en la región. Todo con la misma pretensión de veracidad. Nada de qué preocuparse. Samsa supone, entonces, que no debe llorar, sino componer una media sonrisa esperanzada. Ve a Víctor Hugo y a Navarro y le agrega a Black y Van der Kooy, y habla con y por todos ellos. Se da cuenta, ahora, que volvió a ser cucaracha.
II.
En la maquinaria de los medios de comunicación la objetividad siempre fue un concepto incómodo. Cualquiera que estudie medios sabe que esa noción es muy difícil de sostener teóricamente, aunque nunca desaparece de la discusión, aunque más no sea como anhelo moral de la profesión.
Siempre se diferenció muy bien el hecho de las noticias. El primero existe en un plano fenomenológico, y el segundo es un texto, un discurso sobre aquel. Dejaremos de lado aquí la idea del acontecimiento, porque no es una clase sobre periodismo, pero baste decir que los hechos son conocidos gracias a los medios y se construyen por su actividad discursiva. En la lógica del capitalismo tardío, son los medios los que, en gran medida, construyen la llamada actualidad y llevan la representación a su punto más alto. Este proceso de construcción depende en ocasiones, casi con exclusividad, de la práctica productiva del periodismo, más que de cualquier otra cosa.
Entonces, si la trasmisión de los que llamamos realidad está tan mediada por contingencias de producción, circulación, reconocimiento, poder, controles sociales, contextos culturales, lógicas productivas de los medios, representaciones de lenguaje y cientos de fragmentos de sentido, ¿cuál es el espacio que queda para la noción del periodismo entendido como transmisor de realidades, como agente de la verdad?
El periodismo ha dejado de narrar hechos, no atiende al fenómeno, sino a sus implicancias. El corrimiento del hecho en la rutina productiva del periodismo permite el diálogo de locos, como al que asistimos todos los días, desde nuestra cama de Samsa. La discusión pública se basa en lo que cada uno propone como punto de partida y, como cada uno habla de su objeto, con sus paradigmas, y con sus argumentos, todos tienen razón.
El problema no es solamente filosófico, es también un problema profesional. Porque no es posible ser objetivo, cuando la materia prima con la que se trabaja de por sí no lo permite. Pero, así y todo, son los propios medios los primeros que llevan a cabo una continua práctica de autolegitimación para reforzar este rol social, porque su credibilidad es el fundamento de su acción cotidiana.
Pero conviene no olvidar que, a pesar de la imposibilidad de la pureza objetiva, la objetividad debe ser un término aspiracional. Es una búsqueda, más que un resultado. Sabemos que no es posible la total relación entre el hecho y su discurso, pero si solamente hay texto, sin hecho, tampoco hay periodismo, tenemos pura argumentación, teoría del discurso, y no discurso.
Afortunadamente, al igual que Gregor Samsa, todavía hay algunos que pueden apagar el televisor, dejar por un rato el factor cucaracha, entender lo efímero de lo que es efímero, levantarse de la cama, y volver a las cosas.